De vez en cuando entro en Google Maps y busco mi casa de Sevilla: ahí está mi balcón, la puerta abierta de par en par, veo el árbol que llega hasta las ventanas del salón y sus persianas medio subidas medio bajadas. Al final de la calle puedo ver a una mujer pixelada paseando con su perro negro y pequeño, diría que es mi madre acompañada de nuestro perro Lucas. Diría que es la ropa de ella y la forma de él. Diría que son ellos, pienso con firmeza que son ellos, defiendo a toda costa que son ellos. A mediodía, quizás, caminando por ese barrio aleatorio de las afueras de Sevilla, una tarde cualquiera de un día cualquiera en nuestra vida. Mi perro Lucas se murió en 2023, pero según Maps sigue vivo en algún rincón de internet. Pasa lo mismo con el abuelo de Juanma, que aparece en otra foto cruzando su calle. A pesar de que murió en 2020, todavía puedes viajar hasta Málaga y verlo caminar de un lado a otro.
Paso la tarde entretenida, mirando cada detalle de esa calle que ha visto mi vida pasar, pero me doy cuenta de que yo no la recuerdo así, aunque es así como es. Google Maps conoce mejor mi calle que yo, ¿será que también es su calle? He vivido allí durante 23 años y, sin embargo, mi recuerdo es diferente al que me muestra la aplicación. Me gusta navegar virtualmente por allí, parece que estoy más cerca, parece que veo a los gorriones gordos por culpa de los trozos de pan, parece que escucho las bicis, parece que es sábado a las doce del mediodía y pasa el afilador, parece que suena el porterillo pero no lo suficiente, parece que empieza a dar el sol en el balcón. Parece que es una calle que no está tan lejos como imaginaba que estaba, está ahí, desbloqueando el móvil, rebuscando en mi pantalla.
Creo que el porcentaje de uso de esta app ha aumentado considerablemente en el último año porque tengo una herida que se está creando, una rajita que está empezando a abrirse, poco a poco. Uno, me tira de la piel; dos, me rasga un poco el vello; tres, me provoca cierto escozor, cierto picor; cuatro, supongo que en cualquier momento empezará a supurar. Yo pienso mucho en el sentimiento de pertenencia, sentirte parte de algo, trabajar en una identidad. Yo, en mis monólogos internos, en los pensamientos que me ocurren estando despierta y dormida, me pregunto con frecuenta quién eres, de dónde vienes, dónde echaste tus primeras raíces. Yo siempre me contesto: tú eres andaluza, tú eres de Sevilla. Tú eres de allí incluso cuando no querías serlo allá por el 2008, incluso cuando tus abuelas y tus tías y tus padres no son de allí, incluso cuando te dicen que tienes un deje, pero no tienes acento. Aunque a mí me gusta quedarme con lo que me decían cuando era pequeña y todavía no había movido el culo de allí, menudo acentazo tienes. Porque mi voz interior habla con acento-la voz que lee en voz alta habla con acento-las discusiones se gritan con acento.
Creo que escribo esta carta porque estoy pasando un luto desde hace unos años, un luto que no comento, pero que cada día me roba unos minutos de mi tiempo y de mis horas de sueño. Google Maps sabe de lo que hablo: conoce cómo las huellas de mis dedos se mueven por la pantalla de cristal, se arrastran, generan varios clics rápidos y seguidos, viajan por Sevilla, por mi barrio, por la calle que da al balcón, cotillean los sitios de siempre y se transportan curioseando para ver cómo está todo. Mientras tecleo, suena un disco de un grupo sevillano y siento que estoy por allí, danzando, correteando, esperando a que pasen cosas. Solo Google Maps y yo tenemos datos sobre mi luto, somos una big data cuando nos juntamos, somos un banco que analiza mis movimientos y llega a una conclusión precisa, exacta, clara: me estoy despidiendo de mi ciudad, del lugar de donde yo soy, de donde yo me siento. Estoy en una larga, pesada y tendida despedida y estoy trabajando en el proceso.
He estado en nuestro bar y ya no va nadie He estado en nuestro parque y solo hay cristales Me dijo mi abuela ayer por la tarde Esa torre ya no es la más grande Los guiris me paran a preguntarme No puedo beberme un litro en la calle Ya no hay alquiler para les sevillanes Y no sé qué hacer no tengo planes Magic Island, Salvar Doñana.
Llegar a este momento ha sido complicado, descubrir esta identidad, aprenderme las etiquetas. Los de allí me decían que era de aquí, de Sevilla, pero los de aquí me decían que no era del todo de aquí. Al final, yo siempre he pensado que no era de ningún sitio, supongo que por eso nace esta preocupación, esta carta y esta absoluta sinceridad. Desprenderte del sitio al que perteneces no es tarea fácil, es un problema que te acompaña durante la vida adulta y que no tiene solución. Es una trampa que no sabías que existía, una trampa que no te cuentan y en la que vas cayendo poco a poco. Tengo la sensación de que es aceptar que algo está despareciendo, dejar que las cosas se mueran-se apaguen. ¿Cómo se renuncia a un sitio? ¿Cómo te despides de tu ciudad, de tu casa, de tus raíces? ¿Permanecerán mis raíces en Google Maps durante décadas? ¿Se borrarán en algún momento y no tendré a dónde acudir cada vez que quiera recordar? ¿Será este mapa interactivo una ayuda para sostener estas raíces? Esa ciudad es el conjunto de todas las cosas que no quiero olvidar, no soportaría borrar lo que ocurrió a partir de 1993 porque, de alguna forma, sería perder la causa y el por qué de todo lo que conozco ahora.
En cuanto a mis raíces, estaban allí, en la casa de mis padres en Cambridge; en Channing Place, con los baúles flamencos, el escritorio de mi madre y el gran bahut con sus columnas de nogal brillante parecían haber encontrado un hogar permanente. Allí, donde el jardín de mi madre creció, floreció y se multiplicó. […] Allí, mi padre añadió librerías y estanterías para archivadores a medida que crecían sus bibliotecas de libros y archivos. […] Iba a ser el lugar al que siempre podría volver tras mis aventuras.
Anhelo de raíces, May Sarton.
Mi abuela también aparece en Google Maps, en su ventana, todavía mirando a la plaza del pueblo. Yo también caí poco a poco en esa trampa que es desprenderte del lugar del que eres, y es una herida infinita, parece que no se acaba, es inabarcable. Nadie nos avisó de que sería tan difícil irse del lugar del que te pasaste tanto tiempo queriendo irte… La parte positiva es que no te lo puedes quitar de encima, no te puedes deshacer de esas calles, de esas plazas, del sonido de ese afilador, da igual lo lejos que llegues, van contigo. Un abrazo, Teresa, me ha encantado ❤️
Qué precioso esto, Teresa, me he sentido muy identificada y a menudo pienso en no sentirme de ningún sitio más allá de mi abanderamiento de gallega.