Nuestras conversaciones a distancia son chats en permanente desarrollo
Seguramente cuando leas esto estaré a más de 12.000 metros del suelo. A más de 12.000 metros de altura de tu cabeza y de tu casa. ¿O a lo mejor ya habré aterrizado? No lo tengo del todo claro. Soy incapaz de hacer el cálculo porque los cambios horarios me tienen un poco perdida.
Esta mañana de sábado, para no aburrirte, he pensado en convertir esta carta en otra cosa. No te preocupes, seguirá siendo una carta, pero con una estructura más cercana a una lista de ideas.
Hemos cogido tantos trenes estos días que he tenido mucho tiempo para pensar. Ahí van cuatro pensamientos que rondan por mi cabeza y que quiero compartir contigo:
Pensamiento número 1: nuestra conversación no termina nunca.
No me refiero a que tenemos un chat interminable que se actualiza cada día, en el que nunca nos despedimos y donde no hay un final. Yo lo llamo un chat en permanente desarrollo. Me refiero a que estas semanas me he dado cuenta de que tengo constantemente conversaciones internas contigo. Cuando cogíamos los trenes y Juanma y yo estábamos en silencio, yo hablaba contigo. Escribía algunas cosas que quería comentarte y tenía conversaciones contigo, aunque tú no las recibieras. Una tarde -en mi interior- te hablaba de cómo percibo aquí el turismo. Es un tema pantanoso y tampoco sé utilizar las palabras exactas para expresarme como es debido. (Nota: De todas formas, esta carta ni es pretenciosa ni tiene como objetivo hacer un ensayo sobre el tema. Esta carta es mucho más banal en cuanto a ese tema se refiere.) Continúo: tengo la sensación de que aquí saben preservar los lugares auténticos. No quiero que suene racista, no hablo de lo que percibimos como exótico; me refiero más bien a los establecimientos que no son cadenas o grandes marcas. Aquí siguen existiendo los pequeños negocios de personas locales. A pesar de los turistas siguen triunfando las tiendas y bares familiares. Creo que ahí es donde quiero llegar: a pesar de los turistas todo sigue siendo para los no turistas. A pesar de los turistas, todo sigue existiendo para ellos mismos, para habitar su espacio, su sitio. Al principio, Juanma y yo nos sentimos afortunados porque siempre conseguíamos encontrar tabernas japonesas llenas de japoneses y sin extranjeros, pero según pasaron los días nos dimos cuenta de que no era suerte, era simplemente la norma. No entiendo cómo lo hacen, cómo consiguen no ser engullidos por la turistificación. Me invade la pena porque Europa está un poco rota. Seguramente esto también lo esté, pero no me quedaré tanto tiempo para averiguarlo.
Fuimos a un restaurante de sushi regentado por un matrimonio mayor. Solo había espacio para seis comensales, nos sentábamos en una barra y el cocinero nos iba haciendo las piezas de sushi y diciendo qué pescado era. Te juro que es de las mejores cosas que he comido en mi vida. Conseguimos ir a este sitio porque hablamos con el señor de la habitación en la que nos alojábamos y llamó por teléfono para hacernos una reserva.
Pensamiento número 2: me siento un poco vieja-un poco estúpida haciendo algunas fotos.
En todos los sitios hay naves industriales, hay polígonos, hay publicidad en vallas gigantes, hay carteles en esquinas sucias y hay pegatinas en las farolas. Da igual el sitio que visites o el país en el que aterrices, eso es un denominador común. Me gusta fotografiar esos espacios absurdos que no comprendo (como a todo el mundo). De repente, me veo en Japón haciendo fotos a la publicidad luminosa y molesta. ¿Pensarán que soy ridícula haciendo esas fotos? ¿Harán lo mismo ellos cuando viajan fuera? Sé que es una tontería, pero ¿para qué carajo quiero foto de esos carteles? ¿Para qué quiero recordar algo que alguien me estaba vendiendo a través de ese tablón? Entiendo que esto es ser turista y hacer estos movimientos forma parte del encanto de viajar. Esta foto la hice porque me hacía gracia el muñeco. La luz me parecía molesta y me daba dolor de cabeza, la zona donde estaban colocadas esas pantallas se parecía bastante al infierno y, sin embargo, hice la misma foto tres o cuatro veces.
Osaka o mejor dicho la calle del infierno de la feria de Sevilla.
Pensamiento número 3: es importante saber con quién viajar.
Cuando descubro cosas nuevas siempre quiero compartirlas con las personas importantes: contigo, con Marga, con mis padres, con nuestros amigos. Pero si soy totalmente sincera, no podría estar aquí con alguien que no fuera Juanma. Simplemente no lo concibo. Hay que elegir bien a los acompañantes para que los viajes no se conviertan en auténticas pesadillas. O al menos viajar con alguien que lleve tu ritmo o que tenga tu mismo paladar. Compartir todos estos días con él, a solas, me ha generado paz exterior e interior. Siempre pegados-juntos-notando la humedad aplastante de este país. Dedicándonos a escondernos del sol en cualquier espacio para no morir abrasados, buscando nuevos sitios, nuevas sombras, alejándonos de la muchedumbre. Viajar así es otra cosa. Respiro de otra manera: mis órganos funcionan diferente, mis ojos ven de otro color.
Esta aldea se llama Shirakawago. Simplemente espectacular, preciosa, increíble. Vimos una tortuga, muchas ranas y renacuajos y estaba todo lleno de nenúfares y flores de loto.
Pensamiento número 4: esto solo es una recomendación.
Estoy obsesionada con la cantante francesa Zaho de Sagazan. Estoy obsesionada con su voz y un piano de fondo, obsesionada con sus canciones oscuras que acaban siendo electrónica, con sus baladas de pop de tonos graves, con su ropa, con su Instagram, con su forma de moverse. Obsesionada con las veces que se descalza en el escenario y empieza a bailar, obsesionada con sus actuaciones y sus directos que veo en YouTube. ¿Te acuerdas de la peli de Frances Ha? Este año hizo su propia recreación actuando en el festival de Cannes: le cantaba a Greta Gerwig Modern Love de Bowie. Desde que vi ese vídeo (lo he visto unas cien veces) se me metió en la cabeza que quería aprender a bailar. Te lo dejo aquí y ojalá te guste aunque sea un poco menos que a mí. Te escribo todo esto atravesando los Alpes japoneses y acercándonos al mar, mientras escucho su canción Tristesse. Ya solo nos quedan 9 días de viaje, pero me he prohibido a mí misma hablar de esto.
Esta calle es de Kazayama, una ciudad de la costa que me gustó muchísimo. Tenía mucho ambiente joven, clubs de noche y bares en calles diminutas.
Bisous.